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Sentado en el banquillo, allí donde empezó el torneo lesionado, después de cinco goles y cuatro asistencias, Leo Messi buscaba razón a algo que no se puede explicar. Lloraba el 10 en el MetLife Stadium mientras el fisioterapeuta de la selección, su amigo, Dady Dandrea, se acercó a consolarle. Después de él, acudió el equipo, uno tras otro, conscientes de que esas lágrimas son una herida abierta a la eternidad. A Leo se le rompió el alma en Nueva York, porque ya son tres finales perdidas seguidas. Ganó Chile, y tal vez, ya no habrá camino de vuelta. Sentado sobre el césped, Leo buscó un sueño que se escapó. Y terminó llorando su desgracia.
Lo cierto es que cuando se llevaba una hora de partido, Leo Messi había marcado diferencias por descarte, aligerando el reto: en 30 minutos dejó a los chilenos con uno menos sobre el campo, tras haber forzado la expulsión de Marcelo Díaz. El histriónico árbitro brasileño que pitó la final mostró la roja al de Padre Hurtado después de cometer dos faltas sobre la Pulga. Leo buscaba a Messi camino de la eternidad vestido de albiazul; si por el camino había superado el récord goleador de Batistuta, en Nueva York se puso al servicio de la camiseta en busca del título, lo único que le importaba en la noche americana. Entregado a la causa del partido, fue el único que dio que hablar en el área.Y hasta vio una tarjeta amarilla porque el árbitro creyó que había simulado un penalti.
Neutralizado Banega por los chilenos, apareció poco la zurda del 10, falto de alianza. Le buscó Argentina, pero para su desgracia él no encontró a su equipo ni cerca ni lejos, y a su alrededor, caminando, sin balón o las pocas veces que lo tuvo, vio más tipos de rojo corriendo como locos que argentinos ofreciéndose al pase. Leo se entregó por dentro y lo hizo por fuera, cayendo a banda, porque trató por todos los caminos de encontrar el título y de paso su propia eternidad con Argentina. Pero nada. No pudo. En una acción aislada dejó solo al Kun, que le pegó mal y con el balón perdido en la grada, el partido llegó a la prórroga.
Y entonces, camino de los penaltis, como hace un año en la final de Santiago de Chile, esta vez en el MetLife Stadium, se perdió Messi, aunque la tuvo cerca Argentina gracias a una acción que sacó Leo para la cabeza del Kun. Pero apareció la mano de Bravo, su compañero en el Barcelona. Y ahí empezó a esfumarse definitivamente el partido. Y el sueño, que se hizo añicos, poco después, tan pronto Leo tiró fuera el primer penalti de la tanda. En el vuelo de ese lanzamiento se escapó la Copa. Ya nada tuvo remedio. Y sentado en el banquillo buscó razón a su sinrazón. La victoria se había escapado otra vez.